Todavía inundados de tanta alegría y regocijo por
la celebración y festejo de la ordenación de 15 nuevos sacerdotes para nuestra
diócesis. Seguimos los festejos en este año jubilar de nuestro seminario. Dios
sigue bendiciendo a su Iglesia a manos llenas con ese testimonio de almas
generosas que han sabido responder a la invitación de seguir sus huellas y
configurarse con Cristo. Ésta es la esencia de su ministerio: Alter Christus,
otro Cristo.
Nuestra gratitud a los papás que han sido los
primeros maestros y educadores en nuestra vida cristiana. Cómo admiramos y
recordamos su formación familiar. Toda una escuela de enseñanza, su mirada, su
cercanía y su entrega han hecho de nosotros hombre de bien para poder trasmitir
lo mucho que hemos recibido de ellos.
En la preparación al sacerdocio nuestro formadores
nos han educado en abrir nuestra mente, nuestro corazón y nuestra voluntad a la
gran riqueza que nos aporta la Iglesia y el mundo en que vivimos. Nos enseñan a
conocer la realidad que nos rodea, en todos sus aspectos y dimensiones, sin
tener miedo a los desafíos y retos que nos presenta nuestra vocación de
convertirnos también en maestros de los demás. Nos motivan para aprender con
humildad tanta riqueza que nos ofrecen los hombres y mujeres con quienes nos
encontramos a cada paso. Cada uno de ellos revela un cúmulo de secretos, de un
mundo inimaginable que lleva en su alma, en su interior. ¡Qué misterio
inagotable!
Hace unos días el Papa Francisco nos decía: “La misión de la escuela es la de desarrollar
el sentido de lo verdadero, el sentido de lo bueno y el sentido de lo bello. Y
aprendemos que estas tres dimensiones nunca están separadas, sino siempre
entrelazadas: Si una cosa es verdadera, es buena y bella; si es bella, es buena
y es verdadera; y si es buena, es verdadera y es bella”. Gracias a todos
nuestro maestros que gastan sus vidas en las aulas de nuestras escuelas. Ellos
son los hombres y mujeres que con gran mérito profesional viven su vocación de
servicio con pasión. Porque ser maestro es mucho más que una tarea u oficio, es
tener la vocación de modelar la fisonomía humana, intelectual y espiritual de
los alumnos. Es un guía que indica, que acompaña el paso, orienta la mirada,
despierta la iniciativa, encauza con pasión y sobre todo nos hace amar la vida
y nos abre a la plenitud de la vida.
Ser maestro es mucho más que enseñar, es despertar el alma, es ser
cooperador de la verdad, de lo bueno y de lo bello, como dijimos. Es saber
inspirar en el pecho del alumno un ideal, es poner en marcha su voluntad sin
avasallar su libertad, despertando en él la fuerza de la pasión bajo el dictado
de la razón. Es hacer que el alumno sea plenamente aquello que Dios ha querido
de él, es darle los medios para que camine por los senderos de la vida.
Es necesario que en nuestro México, en el que,
gracias a Dios, hay miles de grandes maestros, se valore más y mejor esta
maravillosa profesión. No lo olvidemos, el futuro de nuestra sociedad y de
nuestras familias se gesta en nuestra aulas. Gracias maestros por su testimonio
y ejemplo. Que Jesucristo el Maestro de los maestros los enseñe y eduque a ser
grandes formadores como Él, con sabiduría y paciencia, sencillez y eficacia.
¡Hablemos claro!
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