Cuenta el historiador Eusebio de Cesarea que el
general Constantino, hijo de Santa Elena, era pagano pero respetaba a los
cristianos. Se dirigió a Roma para presentar una terrible batalla contra el
perseguidor Majencio que aspiraba al gobierno del imperio romano y cuyo
ejército era superior. En la noche anterior a la batalla del año 311, sintió
que necesitaba una ayuda extraordinaria y pidió al dios de los cristianos este
auxilio y su oración fue atendida. Esa tarde, hacia la puesta del sol, apareció
en el cielo y a la vista de todo el ejército, una cruz luminosa con la
inscripción “In hoc signo vinces” (con este signo vencerás). La victoria fue
total y Constantino llegó a ser emperador y decretó la libertad para los cristianos
que por tres siglos fueron perseguidos por los gobernantes paganos.
En México es el día de la fiesta tradicional de los
trabajadores de la construcción. Los albañiles acostumbran a colocar, en lo
alto de la fachada de la obra, una cruz de madera adornada con flores y papel
de china, previamente bendecida por un sacerdote.
Por lo general, todos tenemos siempre en nuestras
casas la Santa Cruz. Un crucifijo que nos recuerde lo mucho que Cristo sufrió
por salvarnos. Ojalá que siempre que salgamos de casa o lleguemos a nuestro
hogar, nos dirijamos a la cruz para venerarla con un beso lleno de profundo
respeto, amor y gratitud. Que al iniciar nuestro día o al final de nuestro
jornada cuando nos retiramos a descansar hagamos la señal de la cruz, bien
hecha, despacio y pronunciando los tres Santísimos nombres del Padre, del Hijo
y del Espíritu Santo. Esto nos trae bendiciones y muchos favores celestiales,
aleja al demonio y nos libra de muchos males y peligros.
En nuestra vida familiar, en la vida matrimonial,
en la vida personal, cada uno llevamos nuestra cruz. Es parte esencial de
nuestra vocación cristiana. Pero debemos llevarla con dignidad, no pidiendo a
Dios que nos la quite, más bien que nos dé la fortaleza y generosidad para
llevarla con garbo, alegría y entereza. A veces podemos caer en la tentación de
ver que la cruz del vecino es más ligera que la nuestra, pero no es así. Cada
uno necesita la cruz que Dios ha pensado, por eso viniendo de Él sepamos
aceptarla y cargarla como fuente de fecundidad y santidad personal.
Para ser de verdad discípulos de Cristo, es
necesario tomarnos en serio el compromiso de no huir de la cruz, del sacrificio
que implica el seguir a Cristo. Él es exigente, así nos lo dijo: “Si alguno
quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y
sígame”. (Lc. 9, 23)
Los invito a saber recitar la oración con el
respeto y devoción que ella se
merece: “Por la señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos, líbranos Señor,
Dios Nuestro. En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén”. Así
pues caminemos en presencia de Cristo, con la cruz del Señor; de edificar la
Iglesia sobre la sangre del Señor, derramada en la cruz; y de confesar la única
gloria: Cristo crucificado. ¡Hablemos Claro!
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