sábado, 3 de mayo de 2014

¡Con este signo vencerás!

Cuenta el historiador Eusebio de Cesarea que el general Constantino, hijo de Santa Elena, era pagano pero respetaba a los cristianos. Se dirigió a Roma para presentar una terrible batalla contra el perseguidor Majencio que aspiraba al gobierno del imperio romano y cuyo ejército era superior. En la noche anterior a la batalla del año 311, sintió que necesitaba una ayuda extraordinaria y pidió al dios de los cristianos este auxilio y su oración fue atendida. Esa tarde, hacia la puesta del sol, apareció en el cielo y a la vista de todo el ejército, una cruz luminosa con la inscripción “In hoc signo vinces” (con este signo vencerás). La victoria fue total y Constantino llegó a ser emperador y decretó la libertad para los cristianos que por tres siglos fueron perseguidos por los gobernantes paganos.
En México es el día de la fiesta tradicional de los trabajadores de la construcción. Los albañiles acostumbran a colocar, en lo alto de la fachada de la obra, una cruz de madera adornada con flores y papel de china, previamente bendecida por un sacerdote.
Por lo general, todos tenemos siempre en nuestras casas la Santa Cruz. Un crucifijo que nos recuerde lo mucho que Cristo sufrió por salvarnos. Ojalá que siempre que salgamos de casa o lleguemos a nuestro hogar, nos dirijamos a la cruz para venerarla con un beso lleno de profundo respeto, amor y gratitud. Que al iniciar nuestro día o al final de nuestro jornada cuando nos retiramos a descansar hagamos la señal de la cruz, bien hecha, despacio y pronunciando los tres Santísimos nombres del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Esto nos trae bendiciones y muchos favores celestiales, aleja al demonio y nos libra de muchos males y peligros.
En nuestra vida familiar, en la vida matrimonial, en la vida personal, cada uno llevamos nuestra cruz. Es parte esencial de nuestra vocación cristiana. Pero debemos llevarla con dignidad, no pidiendo a Dios que nos la quite, más bien que nos dé la fortaleza y generosidad para llevarla con garbo, alegría y entereza. A veces podemos caer en la tentación de ver que la cruz del vecino es más ligera que la nuestra, pero no es así. Cada uno necesita la cruz que Dios ha pensado, por eso viniendo de Él sepamos aceptarla y cargarla como fuente de fecundidad y santidad personal.
Para ser de verdad discípulos de Cristo, es necesario tomarnos en serio el compromiso de no huir de la cruz, del sacrificio que implica el seguir a Cristo. Él es exigente, así nos lo dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame”. (Lc. 9, 23)

Los invito a saber recitar la oración con el respeto y devoción  que ella se merece: “Por la señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos, líbranos Señor, Dios Nuestro. En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén”. Así pues caminemos en presencia de Cristo, con la cruz del Señor; de edificar la Iglesia sobre la sangre del Señor, derramada en la cruz; y de confesar la única gloria: Cristo crucificado. ¡Hablemos Claro!

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