A lo largo de estos días
ya previos a la Semana Santa, en toda la diócesis se están haciendo
ordinariamente los actos penitencial en las diversas parroquias de cada
decanato. ¡Qué maravilla poder acercarse con un corazón sencillo, humilde y
arrepentido para recibir el perdón de Dios y experimentar nuevamente su
misericordia! Que nuestra miedo y vergüenza se disipen con doblar nuestra
rodilla y disponernos a recibir la absolución de nuestro pecados.
No olvidemos que el
protagonista de nuestros pecados es el espíritu Santo. Él mismo en su
resurrección lo dijo a sus apóstoles: “Reciban el Espíritu Santo, a quienes
perdonen los pecados les quedan perdonados…” (Jn. 20,23) Cada uno de nosotros
como sacerdotes estamos llamados a ser hombres del Espíritu Santo, testigos y
anunciadores, alegres y fuertes heraldos de la resurrección del Señor. Nuestro
corazón sacerdotal se conmueve ante la miseria del hombre, aunque es verdad que
la tradición indica el doble papel de médico y de juez como confesor, no
olvidamos que como médicos estamos llamados a curar y como juez a absolver.
Ya hace tiempo que me llamó
la atención las palabras del Papa Francisco sobre el tema de la confesión: “Confesar nuestro pecados no es andar a una
sesión de psiquiatría o a una sala de torturas sino decirle al Señor que soy
pecador, pero decirlo… ser como los niños que dicen con claridad sus pecados y
concretos; son sencillos con la verdad. Mientras que nosotros tenemos la
tendencia de esconder la realidad de nuestras miserias…sentir la vergüenza ante
Dios por nuestro pecados”.
¡La confesión no es un
tribunal de condena sino una experiencia de perdón y misericordia! Que este
tiempo sea una oportunidad de acercarnos al Maestro y Señor de nuestro vidas
para aprender a ser misericordiosos como Él es misericordioso. No
desaprovechemos la oportunidad de hacer una buena confesión de toda nuestra
vida y estar en paz con Dios que tanto nos ama y espera como bautizados.
Hagamos realidad nuestra vida cristiana, siempre cerca de Él. ¡Hablemos claro!