lunes, 23 de marzo de 2015

¡Perdón Señor, perdón!

A lo largo de estos días ya previos a la Semana Santa, en toda la diócesis se están haciendo ordinariamente los actos penitencial en las diversas parroquias de cada decanato. ¡Qué maravilla poder acercarse con un corazón sencillo, humilde y arrepentido para recibir el perdón de Dios y experimentar nuevamente su misericordia! Que nuestra miedo y vergüenza se disipen con doblar nuestra rodilla y disponernos a recibir la absolución de nuestro pecados.

No olvidemos que el protagonista de nuestros pecados es el espíritu Santo. Él mismo en su resurrección lo dijo a sus apóstoles: “Reciban el Espíritu Santo, a quienes perdonen los pecados les quedan perdonados…” (Jn. 20,23) Cada uno de nosotros como sacerdotes estamos llamados a ser hombres del Espíritu Santo, testigos y anunciadores, alegres y fuertes heraldos de la resurrección del Señor. Nuestro corazón sacerdotal se conmueve ante la miseria del hombre, aunque es verdad que la tradición indica el doble papel de médico y de juez como confesor, no olvidamos que como médicos estamos llamados a curar y como juez a absolver.

Ya hace tiempo que me llamó la atención las palabras del Papa Francisco sobre el tema de la confesión: “Confesar nuestro pecados no es andar a una sesión de psiquiatría o a una sala de torturas sino decirle al Señor que soy pecador, pero decirlo… ser como los niños que dicen con claridad sus pecados y concretos; son sencillos con la verdad. Mientras que nosotros tenemos la tendencia de esconder la realidad de nuestras miserias…sentir la vergüenza ante Dios por nuestro pecados”.

¡La confesión no es un tribunal de condena sino una experiencia de perdón y misericordia! Que este tiempo sea una oportunidad de acercarnos al Maestro y Señor de nuestro vidas para aprender a ser misericordiosos como Él es misericordioso. No desaprovechemos la oportunidad de hacer una buena confesión de toda nuestra vida y estar en paz con Dios que tanto nos ama y espera como bautizados. Hagamos realidad nuestra vida cristiana, siempre cerca de Él. ¡Hablemos claro!




domingo, 15 de marzo de 2015

Domingo del “Laetare”, Domingo de la Alegría en Cuaresma.

Nos viene muy bien recordar que este Domingo IV de Cuaresma es excepcional, así como el III Domingo de Adviento, pues se distinguen en algunas peculiaridades propias del tiempo.

La liturgia nos presenta en este día el domingo del “Laetare”, debido nada menos a la antífona de entrada de la misa, tomada del profeta Isaías 66,10-11: “Alégrate, Jerusalén, y que se reúnan cuantos la aman. Compartan su alegría los que estaban tristes, vengan a saciarse con su felicidad.”

Como vemos este tiempo litúrgico se ve marcado hoy por la alegría, ya que se acerca el tiempo de recordar y vivir nuevamente los Misterios de la Pasión Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo en Semana Santa. ¡Qué alegría! pero, ¿qué sería de nosotros si Él no hubiera muerto por nosotros?

Como decía anteriormente, al igual que el 3er Domingo de Adviento llamado del “Gaudete”, se rompe el esquema litúrgico de la Cuaresma con algunas anotaciones, por ejemplo:
1.- Predomina el carácter alegre (litúrgicamente hablando).
2.- Se usa el color rosáceo en los ornamentos, siempre que sea posible. Debido a que es intermedio entre el blanco de la Gloria y el morado de la penitencia.
3.- Los ornamentos pueden ser más bellamente adornados.
4.- Los diáconos que sirven en el altar, pueden utilizar dalmática de ese mismo color.
5.- Se puede hacer uso del órgano.

Este Domingo “Laetare” nos hace la invitación a contemplar y mirar más allá de la triste realidad del pecado, mirando a Dios, fuente de infinita misericordia. Es la invitación a convertirnos de corazón a Dios, para mejor amarlo, cumpliendo sus mandamientos que nos hacen libres. No olvidemos que seguimos en Cuaresma aunque celebremos este domingo “laetare” tan particular. No significa un alto a nuestras privaciones y penitencias que cada unos nos hemos trazado en el inicio de este camino cuaresmal, sino que nos recuerda que detrás de la penitencia, está el deber de aborrecer el pecado de nuestras vidas, para así vivir en Gracia, que nos es dada por Dios en su insondable misericordia y amor de Padre.

No bajemos el listón de nuestro sincero esfuerzo por convertirnos, por hacer una buena confesión general de toda nuestra vida en este tiempo. Experimentemos la paz en nuestro corazón que el Señor quiere de nosotros, cantando con el salmo 136: “Tu recuerdo, Señor, es mi alegría”. ¡Hablemos claro!