Mi
más sentida felicitación navideña para todos mis amigos, familiares, fieles
parroquianos y conocidos. Que Jesucristo, Niño pobre y pequeño encienda en
nuestros corazones el deseo de crecer para responder a su llamada conmovedora
de convertirnos cada vez más, si cabe, en verdaderos e intrépidos apóstoles de
la santidad en nuestro mundo.
Hago
un balance al acercarnos al final de este año 2014 y quiero brindar por mi
Madre la Iglesia, hermanos, que sufre enfermedades y tentaciones a cada paso de
su itinerario, en este valle de lágrimas: cuando nosotros sus pastores nos
sentimos amos y superiores de todos y no estamos al servicio de los demás.
Cuando vivimos inmersos en el trajín de las ocupaciones, del trabajo, y
descuidamos nuestro trato con el Señor, sin escuchar al Maestro. Brindo por mi
Madre la Iglesia, hermanos, cuando perdemos la sensibilidad humana y no lloramos
con los que lloran y ni gozamos con los que gozan, abandonando los sentimientos
del mismo Cristo. Cuando dejamos la comunión entre sí y no cooperamos ni
vivimos el espíritu de comunión y equipo.
Brindo
por mi Madre la Iglesia, hermanos, cuando hemos desaprovechado la sensibilidad
con Dios y nos dejamos llevar de la rivalidad y vanagloria en nuestro servicio.
Cuando llevamos una vida doble, llena de hipocresía, de murmuración y crítica,
buscando hacer carrera con un egoísmo atroz, pensando en conseguir y no en lo
que tenemos que dar.
Brindo
por mi Madre la Iglesia, hermanos, cuando sonreímos al vecino, al amigo y al
hermano y le tendemos la mano. Cuando guardamos silencio para escuchar al
necesitado. Cuando nos compadecemos de los que sufren, de los refugiados, de
los perseguidos, de los que viven indefensos por las epidemias, del rencor, la
burla y el odio. Cuando con humildad reconocemos nuestros límites y
debilidades.
Brindo
por mi Madre la Iglesia, hermanos, cuando sabemos esperar con aquellos que
desesperan con la pobreza física y espiritual. Cuando amamos la cultura de la
vida, de los infantes que están por nacer para no dejarnos llevar de la
globalización de la indiferencia. Cuando por los escándalos de algunos pastores
afeamos y arrugamos su pureza virginal.
Por
todo esto y mucho más, brindo, porque Ella seguirá siendo mi Madre la Iglesia en
la que he recibido los sacramentos. Con mi bautismo, inicié esta hermosa aventura en la
vida de la Iglesia, llena de grandes méritos y virtudes, y no exenta de
dificultades, tristezas y sombras, pero siempre viva de esperanzas, consuelos y
alegrías que me ha dado y seguirá dándome, porque sé que no estoy sólo, que el
Espíritu Santo sostiene cada sincero esfuerzo de purificación y de toda buena
voluntad de conversión en sus hijos.
Pidamos
para que esta Navidad, la familia de Nazaret nos haga amar a la Iglesia como la
ama Cristo, su Hijo y Señor nuestro, y de tener el coraje de reconocernos
pecadores y necesitados de su Misericordia. ¡Hablemos claro!