domingo, 19 de octubre de 2014

La oración que me salvó la vida.


A lo largo de estos días he estado leyendo un libro que me ha cautivado profundamente en mi vida sacerdotal. Son esas lecturas en las que muchas veces te ves retratado y en las que en otras, tu vida con todas sus diferencia y matices te hace descubrir la maravilla de lo que en realidad Dios va permitiendo en tu caminar con el fin de seguir creciendo en santidad. No podemos olvidarnos que nuestra meta es el cielo y para allá debemos esforzarnos en lograr día a día esa misión que Él nos confía.

El caso es que ya había leído su biografía de esta autora con el título: "Sobrevivir para contarlo: descubrir a Dios en medio del holocausto en Ruanda" es interesante conocer cómo la fe y el perdón se convirtieron en las luces que guiaron su mundo oscurecido por el odio y la desesperación.

Para quienes no la conocen se trata de Immaculée ILibagiza, una sobreviviente del sangriente genocidio que devastó a Ruanda, su hermoso país africano. Ella era estudiante universitaria de 24 años de edad cuando, con el apoyo del gobierno, se desató un holocausto de una maldad inimaginable contra los tutsis, la tribu minoritaria de su país. Ser tutsi en Ruanda, como lo era su familia, era una sentencia de muerte. En menos de cien días casi toda la población tutsi de Ruanda, más de un millón de hombres, mujeres y niños inocentes, fueron torturados sin misericordia, fueron violados y asesinados durante lo que en la actualidad se considera una de las campañas más crueles del genocidio (o limpieza étnica) de la historia humana. Casi todos los miembros de su familia inmediata y parientes lejanos fueron asesinados durante la matanza, al igual que casi todas las personas que ella había amado o había considerado como amigos.

Immaculée sobrevivió a la bondad de un pastor de la localidad que se apiadó de ella y de siete mujeres tutsis que las ocultó en un baño pequeño a lo largo de tres meses. La generosidad de este pastor impidió que fuera  asesinada, pero lo que salvó su vida y su alma fueron las oraciones del rosario, porque el miedo y la desesperación eran sus compañeros constantes y al mismo tiempo sus peores enemigos y mientras los asesinos la buscan, los pensamientos suicidas la asolaban y el demonio murmuraba a su oído.

Incluso, dice ella, en los días más oscuros de su vida, con el rosario pudo encontrar a Dios y llenar su corazón de amor que hizo posible perdonara a quienes habían matado a su familia y pudiera seguir adelante para llevar una vida plena y feliz. No deja de expresar abiertamente que es tan devota del rosario y está tan segura de su poder protector que nunca sale de casa sin llevarlo consigo y hasta duerme con él en la mano. Cree en su poder para transformar los corazones y las almas.

Comenta que hoy en día, al viajar por el mundo para compartir su historia en seminarios, conferencias y retiros, la gente le pregunta cómo sobrevivió al genocidio, su respuesta siempre es la misma: "Fue el rosario. El rosario es la oración que me salvó la vida."

El rosario ha hecho mucho en la vida de muchas personas, nos da una vida llena de paz y esperanza y si lo rezamos adecuadamente y con todo el corazón, podemos superar cualquier obstáculo y cumplir todos nuestros sueños. Se ha dicho que el rosario es una cuerda que hace que el cielo se incline hacia la tierra. Sigamos rezado durante este mes y siempre el rosario, como decía el Papa León XIII: "El Rosario es una excelente forma de oración... es el remedio para todos nuestros males y la raíz de todas nuestras bendiciones". !Hablemos claro!



domingo, 5 de octubre de 2014

Cómo nos pasamos la vida quejándonos…

A cada paso en nuestra vida nos vemos envueltos por la incomodidad de aceptar que no todo nos resulta como queremos y esperamos en la vida familiar, en el trabajo, en la escuela, en el día a día de nuestra vida cotidiana. Y todo esto nos lleva a quejarnos y a no aceptar lo que nos sucede, sintiéndonos incómodos, inquietos y a veces hasta molestos con nosotros mismos, con el vecino, con la cuñada, con la suegra y hasta con la propia familia.

Sentimos que pasamos sin planearlo, de estar súper bien a que todo se venga abajo por ese contratiempo inesperado. Esos momentos de oscuridad debemos transformarlos en oración para no desesperar y recobrar la paz que necesita nuestra alma. Pero si sabemos mirar con sencillez a nuestro alrededor nos topamos con tantos hombres y mujeres que viven verdaderas y grandes tragedias, como lo hemos estado viendo en los cristianos expulsados de sus casas por su propia fe.

Me llama mucho la atención en la sagrada escritura el santo Job que maldice el día que nació y su oración parece una maldición. Su vida fue puesta a prueba, perdió a toda su familia, todos sus bienes, perdió su salud y todo su cuerpo se convirtió en una plaga asquerosa. Su paciencia no pudo más y es capaz de decir estas cosas porque estaba acostumbrado a hablar con la verdad y esta es la verdad que él siente en ese momento.

Como decía anteriormente, encontramos a personas que están viviendo situaciones difíciles, dolorosas y angustiantes, que han perdido mucho o que se sienten solas, tristes y abandonadas y se lamentan preguntándose: ¿por qué a mí? ¿Por qué Dios no me ayuda y socorre? Mejor no voy a misa porque estoy enojado(a) con Dios, etc.  y decimos toda una sarta de incoherencias que lo único que nos sucede es que vamos separándonos de Dios y queremos hacernos un Dios a nuestra medida. Somos nosotros los que nos abandonamos a nuestras propias fuerzas y dejamos a Dios de lado. De esta manera firmamos nuestra propia infelicidad.

La clave está en no dejar de rezar, así lo hizo Job, no podía rezar de otra manera, se reza con la realidad. Esta es la verdadera oración que viene del corazón, del momento que uno vive. Aunque muchas veces pasamos por estas situaciones, no debemos perder la paciencia ante tantas nimiedades que nos acontecen. Pensemos en tantos ancianos abandonados, en los enfermos que sufren irremediablemente en el dolor, en tantas personas solas en los hospitales, en quienes mendigan un poco de pan en tantas esquinas. Los que viven en el exilio de sí mismos. En quienes pasan su noche oscura y no ven la claridad de un nuevo amanecer con esperanza… No nos sintamos los mártires de este siglo, mejor sepamos aceptar los caminos de Dios que quiere sacar de nosotros un fruto nuevo, una enseñanza para nuestro crecimiento espiritual.

El Papa Francisco, hace unos días nos invitaba a prepararnos cuando llegue la oscuridad que quizá no sea tan dura como la de Job, pero llegarán esos momentos y nuestro corazón debe estar bien dispuesto para afrontar ese trance.

Y nos invitaba a rezar, como reza la Iglesia por tantos hermanos nuestros que sufren en su Cuerpo Místico de muchas maneras. Esta es la oración de la Iglesia por estos Jesús sufrientes que los encontramos en todas partes de nuestro mundo, de nuestra Iglesia y por doquier.


Dejemos del lado toda queja y sepamos cargar con entusiasmo la cruz de cada día que el Señor ha querido darnos. Que seamos verdaderos cirineos de nuestro hermanos. ¡Hablemos claro!