El mes de junio siempre se ha caracterizado para
la Iglesia, como un mes dedicado a vivir muy cerca del Sagrado Corazón de
Jesús. Cuánto tenemos que aprender de ese corazón de Cristo que tanto ha amado
a los hombres y que sólo recibe de ellos ingratitudes y desprecios. Ganamos,
cuando nos acercamos a Cristo y le abrimos nuestro corazón para que Él lo llene
de entusiasmo, de gratitud, de entrega, de generosidad, de sencillez y
humildad. Perdemos, cuando nos pasamos la vida pensando en nosotros mismo,
buscando acrecentar nuestro ego y deseando sólo el confort y el bienestar.
Muchas veces hemos escuchado que el dinero hace
personas ricas, el conocimiento hace personas sabias, pero la humildad hace
grandes personas. Por eso Él mismo nos decía: “Aprended de Mí que soy manso y
humilde de corazón” (Mt. 11,29)
Hoy recordamos a dos grandes gigantes, dos titanes
de la Iglesia, San Pedro y San Pablo, columnas de la Iglesia, que supieron
perder su vida por el gran maestro cuando fueron invitados a esta gran aventura
de ser los amigos incondicionales de Cristo. Ambos coinciden en la profundidad
de su fe y en su amor fervoroso a Cristo. Derramaron su sangre con la palma del
martirio en Roma. Ganaron afirmando su confesión: Pedro, dirá: “Señor tú lo
sabes todo, tú sabes que te quiero”. (Jn.21,17) Y Pablo sostuvo: “Para mí vivir
es Cristo”. (Flp. 1,21)
Ambos apóstoles por caminos diversos, congregaron
a la única familia de Cristo. Pedro ganó fundando la primitiva Iglesia con el
resto de Israel. Pablo la extendió entre los paganas llamados a la fe. De esta
manera se tomaron en serio su vida que ahora veneramos y reconocemos gracias a
su testimonio arrollador.
La vida del hombre es una lucha sobre la tierra.
(Jb. 7,1) A veces ganamos y otras perdemos. Sin embargo implica el estar
preparados para triunfar y fracasar tanto en la vida profesional, familiar o en
aspectos personales de todo tipo. Por ello, depende mucho de la forma en que lo
afrontamos, porque el reto está en saberlo aprovechar como una fuente de
aprendizaje. Sabemos que la vida no es fácil y que cuando uno pierde debe saber
sobreponerse y tolerar la frustración. Acostumbrarnos a vivir con virtudes y
defectos, éxitos y fracasos, siempre intentando mejorar. Es duro aceptar la
derrota, pero mucho más duro es ganar con trampas, pues el remordimiento de
conciencia puede durarnos toda la vida.
Hay virtudes y valores que ejercitamos para saber
ganar y sólo se consiguen con inteligencia, educación, capacidad de trabajo,
tenacidad, constancia, sacrificio, orden, disciplina, grandeza humana,
caballerosidad, dando lo mejor de uno mismo, temple moral, buena actitud, etc.
La lista es larga.
Del otro lado está el saber perder, que nada tiene
que ver con un fracaso, humillación, desilusión o revancha. Lo interesante es
que saber perder con nobleza, ayuda a fortalecerse mentalmente, a tolerar la
frustración, aceptar y asumir con humildad, la victoria ajena. Es normal
sentirse triste y decepcionado, por el gran esfuerzo realizado, pero nunca debe
permitirse reacciones desproporcionadas. Es curioso, pero donde se pierde, se
puede ganar y mucho, es más, ahí se trasciende como persona, se forma el
carácter, el dominio y control de las propias pasiones. Se trata de ser
valiente y superar con elegancia y estilo la derrota de la propia vida.
Siempre me ha hecho mucho bien meditar y
reflexionar esas dos grandes máximas. “De qué le sirve al hombre ganar el
mundo, si pierde su alma.” (Mc. 8,36). “Aquel que pierde dinero, pierde mucho;
aquel que pierde un amigo, pierde mucho más. Aquel que pierde la fe, pierde
todo”. Así pues seamos fuertes y que gane el mejor. ¡Hablemos claro!