domingo, 27 de abril de 2014

Juan Pablo II, el Papa de la sonrisa misericordiosa.

Este 27 de abril, domingo de la Divina Misericordia, bautizado por Juan Pablo II, en la canonización de Sor Faustina Kowalska en el año 2000, quedará inmortalizada como el gran evento, la canonización más esperada de la historia de la Iglesia Católica, dos Papas Santos y la asistencia de dos Papas, uno emérito, Benedicto XVI y otro que preside la celebración, su Santidad Francisco.

Es la primera vez que dos Papas son proclamados santos en la misma celebración. De los 265 Papas de la historia, antes que Juan XXIII y Juan Pablo II, ya 80 han sido proclamados santos por la Iglesia. El último santo fue San Pío X, en 1954.

Uno es reconocido como el Papa Bueno. No tuve la oportunidad de conocerlo; sin embargo, Juan Pablo II marcó profundamente mi vida cuando inicié la aventura de mi vocación sacerdotal. Y si algo debo destacar es sin duda su sonrisa.

En la vida siempre me he encontrado con muchos rostros, muchas sonrisas que reflejan un estado de vida o sentimiento. Sonrisas tristes, decaídas, apagadas, sonrisas alegres, felices, amenas, sonrisas falsas, dobles e hipócritas… Pero la sonrisa de Juan Pablo II es una sonrisa sincera, verdadera, llena de misericordia. Así lo conocimos. No ha habido momentos ni encuentros en que esta sonrisa saltara a la vista en todos los hombres y mujeres de cualquier condición y lugar. Su sonrisa contagiaba e irradiaba paz y serenidad.

Juan Pablo II fue un gran hombre de Dios, su profunda oración de cada día emanaba y transmitía un apasionante estilo de vida en cada católico. Es un ejemplo límpido de una santidad alegre, fascinante. Vivió el testimonio de bondad, de amor hacia los hombres y de sensibilidad por todas sus necesidades reales, de coherencia entre aquello que decía y aquello que hacía, buscó tener un verdadero diálogo con todos, de impulsar un compromiso por la paz, por la verdadera paz que nace en el corazón del hombre, por el compromiso de los derechos humanos, por la libertad religiosa, por el matrimonio y la familia como fundamento de la sociedad, etc.

El pontificado de Juan Pablo II batió muchos récords. Pero más allá de los números, fue un periodo en el que la Iglesia católica respondió a los desafíos de su tiempo. Su mensaje central sería: “No tengáis miedo. Sólo Él tiene palabras de vida eterna”. Aquella sonrisa llegó a todos los rincones del mundo. Hizo 104 viajes internacionales y visitó 130 países. Buscó el diálogo con musulmanes y judíos. Pionero en convocar el encuentro de oración por la paz de Asís con más de 150 representantes de más de 12 religiones.

Aquella sonrisa no se apagó ante los conflictos internacionales durante su pontificado: Ruanda, Kosovo, Sudán Irak o la guerra de los Balcanes. Él que había sobrevivido a la II Guerra Mundial, no se mantuvo callado y aquella sonrisa se convirtió en la voz de la humanidad en contra de la violencia:”Deteneos, deteneos delante del niño”.

Entendió que los jóvenes necesitaban un acompañamiento y una atención especial por eso ideó las jornadas mundiales de la juventud. Se sentía uno más como ellos. “si vives con los jóvenes, tienes que convertirte en un joven”. Hizo realidad el lema de San Pablo: “Me hago todo a todos para ganarlos a todos”. Esa fue su sonrisa que nunca perdió y que cautivó a todo el mundo. Gracias San Juan Pablo II, intercede por nosotros. ¡Hablemos claro!



domingo, 20 de abril de 2014

¡La fuerza del Resucitado!

¡Cristo ha Resucitado! En la gran Vigilia Pascual hemos descubierto la expresividad de la liturgia de esta noche, la impronta de la bendición de fuego nuevo y esa luz que irradia del Cirio Pascual que inunda cada templo venciendo las tinieblas del pecado. La maravillosa historia de la salvación que nos narra la palabra de Dios y el agua que mana de la fuente bautismal, todo nos habla del triunfo glorioso de Cristo sobre la muerte.

La apasionante historia de amor que Jesús protagoniza, necesitaba una clave para ser entendida. Y cuando el Padre rompe su silencio de tres días resucita a su Hijo Jesucristo y se la entrega a toda la Iglesia, a nosotros sus hijos. Esta es la fuerza de la Resurrección que marca a la Iglesia desde el principio. Por eso la fe en Jesucristo empieza a descubrirse como la fe en la Resurrección. Ésta será el dato culminante de su fe en Cristo y confirmando todas las promesas del Antiguo Testamento. Él ha sido fiel y su amor se ha desbordado sin límites con sobreabundancia.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos lo recuerda en el número 683 “La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo”. De esta manera lo vivió la comunidad cristiana de los primeros tiempos como el centro de su existencia. Todas sus certezas: su caridad a todos, la serenidad y fortaleza en el martirio, el amor por la Eucaristía, etc, todo se refería al Misterio Pascual de Cristo, a su muerte y Resurrección. San Pablo lo expresaría “si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe”.

Se trata de vivir una vida nueva, de ser hombre y mujeres con rostros de resucitados, para decirle adiós a la tristeza, al odio, al coraje, a la crítica, al chisme, a la envidia, al orgullo, a la vanidad, a la soberbia, y a todas esas pasiones que nos ciegan y no nos dejan vivir en paz en nuestro corazón. Creer en la Resurrección es creer en una vida llena de esperanza, de fortaleza, de amor, es no vivir más en el pecado, es vivir como peregrinos hacia la posesión eterna de Dios. A buscar y anhelar las cosas de arriba donde está Cristo.

No estamos solos, Cristo ha venido a buscarnos. Ha bajado a los infiernos de nuestro pecado y de nuestro miedo a morir; muriendo, destruyó nuestra muerte y resucitando, restauró la vida. Jamás la muerte de Cristo será un fracaso, sufre por nosotros y por amor lo da todo. Nos enseña con finura el arte de vivir y de morir. Cristo pasó por este valle de lágrimas y nos da una esperanza inquebrantable. Afortunadamente todos vamos a morir, pero Él nos espera y quiere premiarnos. Vivamos esta gran realidad. Estamos de paso y nuestra meta es el cielo.


El tiempo pascual resuena con un gran Aleluya. Hagamos que la fuerza del Resucitado cale hasta lo más profundo de nuestro corazones y nos transforme en esos hombres y mujeres nuevos. Felices Pascuas de Resurrección. ¡Hablemos claro!

domingo, 13 de abril de 2014

¡Una Semana Santa especial!

Inicia la gran semana por excelencia del año: La Semana Santa. Pero ésta significa algo más que un tiempo de vacaciones, tiempo de fiesta o de playa. Son días de reflexión y convivencia familiar para recapacitar en nuestra vida. Se trata de  meditar en nuestras acciones y poner en práctica pequeños actos que nos ayuden a sacarle brillo a nuestro crecimiento espiritual. Por ello les propongo algunos puntos a tomar en cuenta en este periodo.

Oración. Es el alimento  que todo bautizado tiene a su disposición para que esta semana no caiga en el olvido. Es una manera sencilla  de practicar nuestras cercanía con Cristo en su Pasión, Muerte y Resurrección. No lo dejemos solo, Él nos necesita más que nunca para saberlo acompañar y consolar en su soledad. En la oración encontramos la paz y serenidad para afrontar nuestra vida.

Silencio. Necesitamos apartarnos un poco del ruido exterior e interior que nos aturde y nos pone intranquilos. Es necesario para hacer un alto en el camino, analizar nuestros pensamientos y recapacitar en lo vivido. Es la manera práctica de apagar el televisor, el radio o el celular y preguntarnos al fin del día: ¿Qué hice de bueno hoy? ¿Qué aprendí hoy? ¿Qué quiero hacer con mi vida?

Perdón. A lo largo de esta Cuaresma hemos ido ajustando nuestra vida y espero que ya nos hayamos reconciliado con Dios. Es necesario saber pedir perdón a quien tenemos al lado, al familiar, amigo o vecino más cercano y que todavía no hemos podido superar nuestro orgullo. Es tomar la decisión de desprendernos del pasado para sanar el presente.

 Ayuda. Decía san Agustín: “Quien toma bienes de los pobres es un asesino de la caridad. Quien a ellos ayuda es un virtuoso de la justicia”.  Me encanta la idea de todas esas personas que dedican este tiempo para hacer alguna evangelización o misiones en estos días. Es señal del gran deseo de dar testimonio y de hacer algo grande por los demás. Se trata de sacrificar un merecido descanso en bien de los demás sin buscar su propia satisfacción.

Dar gracias. Es curioso ver cómo muchas veces nos pasamos la vida quejándonos de todo. Hay quejas en la política, en la economía, en la escuela, en el clima, en el tráfico, en los problemas de la vida, en las filas del súper y del mercado, hasta de la suegras… la lista es interminable. Pero, ¿cuánto tiempo dedicamos para agradecer las cosas buenas de la vida? Y aunque de verdad existan problemas siempre encontramos algo por lo cual agradecer. El don de la vida, del trabajo, de la salud, de la convivencia, de la comida, del tiempo, etc. Abrir los sentimientos del alma y expresar a Dios tantas bendiciones que nos da a manos llenas.

Compartir con la familia. Esta semana tan especial no es para escapar de la familia, es al contrario una oportunidad de disfrutar y vivir en un ambiente sano en familia. Cuando vivimos la vida ordinaria, la convivencia pierde calidad y llega a convertirse en peleas, gritos y venganzas; casi es un verdadero terreno de guerra.
Te propongo que por cada dos actividades que programes con tus amigos, planees una con tus padres, hermanos y abuelos. Si vas a irte de vacaciones 4 días, dedícale dos a una actividad familiar. Siempre es muy bueno reavivar la chispa de la convivencia en familia.


Así pues hagamos que esta Semana Santa sea una semana diferente vivida cerca del Amor de Cristo que nos brinda y ofrece: el gran milagro de su Eucaristía, del Sacerdocio y del mandamiento del Amor. Vayamos hasta el Calvario a morir a nuestro egoísmo para resucitar a una vida nueva. ¡Hablemos claro!

domingo, 6 de abril de 2014

“Wojtyla el Magno, casi santo”.


Ya son 9 años de su partida al cielo de Beato Juan Pablo II, llamado el Grande. Aquella triste noticia corría velozmente congestionando el internet, las redes sociales y medios de comunicación. ¡Cómo nos consternaba la pérdida de nuestro Vicario de Cristo! No lo podíamos creer, que aquel titán convertido en un verdadero atleta de Dios se apagaba paulatinamente como todo mortal.

Su vida parecía la de un hombre valiente e incansable que nunca tendría necesidad de médicos, y sin embargo, todo cambió el 13 de mayo de 1981: las balas disparadas no lo mataron, pero perjudicaron gravemente su salud de hierro. La enfermedad y el sufrimiento fueron parte de su vida, pasando a ser “un hombre de dolores”. De esta experiencia nació la Carta Apostólica “ Salvifici doloris”, sobre el sentido cristiano del sufrimiento. Así introdujo la jornada mundial del enfermo el día de la Virgen de Lourdes.

Poco a poco, el parkinson y los problemas ostearticulares lo inmovilizaron y le hicieron prisionero de su cuerpo, sin embargo, él continuaba su misión y no escondía sus males. No por exhibicionismo, sino para reivindicar el valor de la enfermedad y discapacidad en nuestra sociedad. Las últimas semanas fueron su calvario, nos enseñó a vivir y nos mostraba cómo afrontar cristianamente la muerte. Quiero hacer presente las palabras que hace unos días recogía el doctor Renato Buzzonetti, su médico personal, en un libro que será una joya para todos los católicos: “Junto a Juan Pablo II”.

Decía el doctor: “El sábado 2 de abril de 2005, se celebra la Santa Misa a los pies de la cama del Santo Padre, en la que él participa atentamente. Al finalizar Juan Pablo II, con palabras mal pronunciadas y casi ininteligibles, pide la lectura del evangelio de San Juan, que el padre Styczeń cumple devotamente durante nueve capítulos. Hombre contemplativo, con ayuda de los presentes, recita las oraciones del día hasta el Oficio de las lecturas del domingo inminente. Hacia las 15.30, el Santo Padre susurró a sor Tobiana: “dejadme ir con el Señor…” en lengua polaca. Don Stanislao me dijo estas palabras sólo algunos minutos después.

Era su consummatum est (Jn 19, 30) no era una rendición pasiva al sufrimiento ni un escape del sufrimiento, sino la conciencia profunda de un vía crucis que –valientemente aceptado hasta la expoliación de todo lo terreno y de su vida misma- ya se acercaba su objetivo final: el encuentro con el Señor. Él no quería retrasar este encuentro esperado desde los años de su juventud. Para esto había vivido. Eran por tanto palabras de espera y de esperanza, de renovado y definitivo abandono en las manos del Padre.

Después de las 14.00 pm, el Santo Padre pierde progresivamente la conciencia. Hacia las 19.00 pm entró en un coma profundo y después en agonía, El monitor registra el progresivo agotamiento de los parámetros vitales. A las 20.00 pm comienza la misa celebrada a los pies de la cama del Pontífice que fallecía. Celebra Monseñor Dziwisz con el cardenal Jaworski, Don Mietek y Mons. Rylko. Cantos polacos se cruzan con los que llegan de la Plaza de San Pedro llena de gente.

Una pequeña vela brilla en la cómoda junto a la cama. A las 21.37 pm el Santo Padre murió. Después del dolor, se entonó el Te Deum en polaco y desde la plaza, de repente, se ve iluminada la ventana de la habitación de la cama del Papa…” 


Que la celebración de esta aniversario en la espera del acontecimiento de su canonización, nos haga prepararnos espiritualmente, para poder reavivar el patrimonio de fe que nos legó. ¡Hablemos claro!