Este 27 de abril, domingo de la Divina
Misericordia, bautizado por Juan Pablo II, en la canonización de Sor Faustina
Kowalska en el año 2000, quedará inmortalizada como el gran evento, la
canonización más esperada de la historia de la Iglesia Católica, dos Papas
Santos y la asistencia de dos Papas, uno emérito, Benedicto XVI y otro que
preside la celebración, su Santidad Francisco.
Es la primera vez que dos Papas son proclamados
santos en la misma celebración. De los 265 Papas de la historia, antes que Juan
XXIII y Juan Pablo II, ya 80 han sido proclamados santos por la Iglesia. El
último santo fue San Pío X, en 1954.
Uno es reconocido como el Papa Bueno. No tuve la
oportunidad de conocerlo; sin embargo, Juan Pablo II marcó profundamente mi
vida cuando inicié la aventura de mi vocación sacerdotal. Y si algo debo
destacar es sin duda su sonrisa.
En la vida siempre me he encontrado con muchos
rostros, muchas sonrisas que reflejan un estado de vida o sentimiento. Sonrisas
tristes, decaídas, apagadas, sonrisas alegres, felices, amenas, sonrisas
falsas, dobles e hipócritas… Pero la sonrisa de Juan Pablo II es una sonrisa
sincera, verdadera, llena de misericordia. Así lo conocimos. No ha habido
momentos ni encuentros en que esta sonrisa saltara a la vista en todos los
hombres y mujeres de cualquier condición y lugar. Su sonrisa contagiaba e
irradiaba paz y serenidad.
Juan Pablo II fue un gran hombre de Dios, su
profunda oración de cada día emanaba y transmitía un apasionante estilo de vida
en cada católico. Es un ejemplo límpido de una santidad alegre, fascinante.
Vivió el testimonio de bondad, de amor hacia los hombres y de sensibilidad por
todas sus necesidades reales, de coherencia entre aquello que decía y aquello
que hacía, buscó tener un verdadero diálogo con todos, de impulsar un
compromiso por la paz, por la verdadera paz que nace en el corazón del hombre,
por el compromiso de los derechos humanos, por la libertad religiosa, por el
matrimonio y la familia como fundamento de la sociedad, etc.
El pontificado de Juan Pablo II batió muchos
récords. Pero más allá de los números, fue un periodo en el que la Iglesia
católica respondió a los desafíos de su tiempo. Su mensaje central sería: “No
tengáis miedo. Sólo Él tiene palabras de vida eterna”. Aquella sonrisa llegó a
todos los rincones del mundo. Hizo 104 viajes internacionales y visitó 130
países. Buscó el diálogo con musulmanes y judíos. Pionero en convocar el
encuentro de oración por la paz de Asís con más de 150 representantes de más de
12 religiones.
Aquella sonrisa no se apagó ante los conflictos
internacionales durante su pontificado: Ruanda, Kosovo, Sudán Irak o la guerra
de los Balcanes. Él que había sobrevivido a la II Guerra Mundial, no se mantuvo
callado y aquella sonrisa se convirtió en la voz de la humanidad en contra de
la violencia:”Deteneos, deteneos delante del niño”.
Entendió que los jóvenes necesitaban un
acompañamiento y una atención especial por eso ideó las jornadas mundiales de
la juventud. Se sentía uno más como ellos. “si vives con los jóvenes, tienes
que convertirte en un joven”. Hizo realidad el lema de San Pablo: “Me hago todo
a todos para ganarlos a todos”. Esa fue su sonrisa que nunca perdió y que
cautivó a todo el mundo. Gracias San Juan Pablo II, intercede por nosotros.
¡Hablemos claro!