En estos días el Papa
Francisco decía: “Recemos con intensidad...
uniendo las fuerzas para ayudar a nuestros hermanos y hermanos de Filipinas
afectado del tifón. Estas son las verdaderas batallas a combatir. ¡Por la vida,
nunca por la muerte!"
El supertifón Haiyan
-conocido localmente como Yolanda- sacudió el centro de Filipinas el viernes
pasado con vientos de hasta 315 km/h, obligando al menos a 4 millones y medio
de personas a buscar refugio en albergues de emergencia.
Ha sido
una de las más fuertes tormentas que ha azotado el archipiélago en las últimas
décadas, dejando tras de sí un camino de destrucción en varias de las islas
centrales. Según los primeros cálculos, aún no confirmados, podría hablarse de
hasta 3.600 muertos en una sola provincia. El mismo tifón ha golpeado algunas
de las mismas zonas que ya fueron devastadas por el terremoto de 7,3 grados de
magnitud registrado el mes pasado.
Filipinas se encuentra en
una zona del mundo que sufre continuamente terremotos, erupciones volcánicas,
tsunamis y huracanes, pero la magnitud del desastre ha causado sorpresa, en
particular porque el Gobierno había evacuado a unas 800.000 personas antes de
la llegada del tifón.
¡Cuánto nos enseñan! No
podemos pasar por alto que este país, cuenta con el mayor número de
católicos de Asia. Además de su pobreza, los cristianos han sufrido persecución religiosa
en el sur del país por parte del grupo islámico terrorista Abu Sayya. Es admirable
la fortaleza y coraje de fe que irradian con su testimonio en estos momentos y en
esta adversidad. Ningún tifón o aluvión podrá disminuir la fuerza de ánimo de
los filipinos, ni menos apagar el fuego
de su esperanza. Ese cataclismo que devastó el centro del país, puede ser el
peor visto antes en el mundo. Los obispos filipinos lo confirmaban: “Ninguna calamidad puede apagar el fuego de
nuestra esperanza. La fe de los católicos es más fuerte que el tifón
Haiyan”.
El
tifón ha afectado a casi 12 millones de personas, según las ONG presentes
en la zona, y muchas luchan ahora por sobrevivir sin agua, comida ni refugio.
Se calcula que hay 920.000 desplazados, de los cuales 433.000 se encuentran
alojados en los 1.444 centros de evacuación. Se estima que unas 500.000
viviendas han quedado destruidas en las zonas que recibieron de lleno el
impacto del tifón.
El
primero en ayudar ha sido el Papa Francisco, a través del Pontificio Consejo
Cor Unum enviado 150.000 dólares para socorrer a la población. A esto se unen
tantos organismos como Cáritas Internacional, Ayuda a la Iglesia necesitada,
Cruz Roja, y varios países que han mostrado su solidaridad en estos momentos.
Como católicos nos
solidarizamos en esa novena de oración que se inició desde el 11 al 19 de
noviembre en Filipinas por las víctimas del tifón. Ofrezcamos un memento por
las almas de los difuntos y para consolar a los familiares de las víctimas.
Apoyemos y promovamos nuestra ayuda desinteresada por las intervenciones de
emergencia y la reconstrucción de las zonas afectadas. ¡Hablemos claro!
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